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jueves, 16 de mayo de 2019






—Creo que es importante recordar para que no se olviden las cosas y poderlas contar porque, si no hay nadie que cuente las cosas o alguien que las escriba, las cosas se pierden... Pero ¿a quién pueden interesarle mis historias? Yo no soy alguien importante, salvo para mí, claro. Y, además, no me creo capaz de dar lecciones de nada —dijo Shana esquiva.
A Roberto esas palabras le recordaron a don Ramón y los consejos que daba cuando fue su profesor de Filosofía en el instituto. Era una persona que destilaba bondad y amor por lo que hacía; trataba a los alumnos como si fueran sus sobrinos a pesar de los continuos desaires que le hacían en clase. A él le gustaban especialmente las disertaciones del profesor sobre sus experiencias vitales, como cuando recordaba su infancia y se reía de las contradictorias costumbres de la España nacional católica que le había tocado vivir.
Don Ramón intentaba sembrar en ellos el gusto por la vida y que repararan en lo fugaz de la existencia. Él, acaso como Shana, tampoco se creía capaz de influir en nadie, y menos, en un puñado de adolescentes presos de pulsiones y caprichos de hormonas alocadas.

(Texto extraído de 'Plaza de la Oscuriá', pp. 31-32)

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